Goya pasó los últimos días de su vida en Burdeos después de autoexiliarse por el despotismo de Fernando VII. Allí fue enterrado después de su muerte en 1824. Y ahí quedó tranquilo hasta que 50 años más tarde el cónsul Pereyra consigue exhumar sus restos y repatriar al artista a España. Aquel fue el momento en el que se descubrió el extravío de su cabeza, quedaban los huesos de su cuerpo, su capa, su rosario su gorra de cuero… pero ni rastro de su cráneo. Perder la cabeza es fácil, sólo es cuestión de (...)